viernes, 16 de enero de 2015

Gritar y que no te escuchen.

Hay veces en que simplemente no puedes más: el peso que cargas en tu alma, sumado a lo estresante que es ver como pasan los días y no consigues cambiar nada es una de las sensaciones más terriblemente frustrantes que se pueden vivir.

Hay veces en que todo lo que cargas cae sobre ti como una pesada losa; hay veces en que sientes que una tormenta te va  a llevar y sabes que se acerca cuando sientes los truenos y ves los relámpagos, manifestados como esas lágrimas que mueren por salir a expresar todo el dolor y esa irregular respiración en tu pecho, a cual no eres capaz de controlar.

A veces, simplemente uno quiere gritar sin que lo escuchen; sabes que quieres hablar, pero no quieres obligar a que te oigan.

¿Contradictorio? Si, tal vez así sea, pero es que lo cierto es que los demás no tienen que cargar con tus problemas, siempre pienso que debo salir por mí misma, aunque casi nunca lo consigo.

No me gusta la sensación de que estoy obligando a alguien a que me comprenda.

No quiero obligar a nadie, no quiero despertar la lástima de los demás.


Y es en estos momentos en los que realmente escribir me es un gran alivio: donde puedo llorar sin que me vean, donde puedo gritar sin que me escuchen, sin que vengan a decirme con lástima ¿qué te pasa?. Como si estuviesen obligados, ya sea por moral, buena educación o lo que sea.


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